Grandes Esperanzas

Apreciación

Ya instalada en la lujosa villa alquilada por los padres lioneses de Antoine (un brillante Benjamin Lavernhe en un papel complicado), Madeleine (Rebecca Marder) atrae la atención de otro miembro de la familia: la ex ministra Gabrielle (Emmanuelle Bercot). Hay que reconocer que la joven lo tiene todo para atraer a la todavía diputada socialista: procede de un barrio conflictivo de los suburbios de Lyon, es la primera becaria que consigue graduarse como primera de su promoción en el Instituto de Ciencias Políticas de Lille, conocido como Sciences-Po Lille, y es una apasionada de la economía social y solidaria que predica un idealismo muy concreto a favor de las cooperativas obreras que compran fábricas en dificultades y de la regulación generalizada de los salarios, calificándolos en una escala del 1 al 20. El futuro no puede ser más prometedor para la hermosa Madeleine, que pronto recibe una oferta de trabajo de Gabrielle como asistente parlamentaria. Pero de pronto, ocurre una terrible tragedia que sella un secreto muy difícil de guardar entre Madeleine y Antoine. Una espada de Damocles se cierne sobre toda la película, sacando a la luz defectos cada vez más peligrosos, hasta que…
Al mezclar el género del cine policíaco con una historia de ambición política y violencia, con una historia sobre el amor y la cobardía al mismo tiempo, las complicadas relaciones con los padres, los secretos y las mentiras, los golpes bajos y la supervivencia cuando hay intereses vitales en juego, Sylvain Desclous explora el terreno polifacético y lleno de fricciones entre el viejo y el nuevo mundo. El ritmo de la película, la fotografía de Julien Hirsch y la música de Florencia Di Concilio dan gran forma a una historia que intenta abarcar muchos temas y que, ante todo, proporciona a la estrella emergente Rebecca Marder (que ya tuvo una buena acogida recientemente en Mi crimen, Une jeune fille qui va bien y Simone, la mujer del siglo) otro papel memorable que añadir a su filmografía, cuyo éxito no ha hecho más que empezar.

Por Fabien Lemercier