Delicado

Apreciación

“Vas a recibir golpes, pero también hay que darlos: ¡no seas débil!”. En la vida cotidiana de Johnny (Aliocha Reinert), un niño con aspecto de ángel con sus largos cabellos rubios, no hay apenas poesía. Casi no conoce a su padre, su madre (Mélissa Olexa), cajera en un estanco y asidua a las aventuras de una noche, es cariñosa pero directa (“que se quede en tu casa porque si lo veo, lo mato”), su hermano mayor lleva una vida de adolescente y Johnny se ocupa de su hermana pequeña, pues también hay un bebé en la familia. Sin embargo, a pesar del contexto social desfavorecido del barrio, el ambiente es feliz: somos como somos en el lugar donde estamos.
Pero, a los diez años, descubrimos, somos curiosos, buscamos y nos despertamos, y Johnny tiene un encuentro decisivo con Jean Adamski (Antoine Reinartz), un profesor de llega de Lyon con su esposa, Nora (Izïa Higelin), que trabaja en el museo de arte contemporáneo de Metz. Todo empieza con una simple pregunta en clase (“¿Cómo te ves en 20 años?”), que lleva a Johnny y a Adamski a iniciar una relación de alumno y mentor cada vez más personal. Pero el afecto tiene límites que no se perciben a los diez años… Y salir del entorno social de origen no siempre es fácil…
Petite nature, una historia íntima y delicada, agridulce, pero también simple y profunda, explora con sutileza las diferentes facetas del despertar emocional, intelectual, pero también sexual (un tema poco evidente que el cineasta no elude, trazando un límite claro entre las confusas percepciones de un preadolescente y las responsabilidades de un adulto). El carisma del joven actor principal contribuye a crear una película muy esclarecedora sobre el deseo de emancipación, la toma de conciencia sobre la identidad y los obstáculos autolimitantes que se deben superar (la vergüenza social) para poder levantar vuelo. Un punto intermedio variable y poroso escenificado por Samuel Theis siempre desde el punto de vista de Johnny para un largometraje que evita todo maniqueísmo, y que vibra al ritmo de las pulsaciones de un corazón que aprende a controlarse.”

Por Fabien Lemercier