Nosotros los niños

Apreciación

A la directora Kim O’Bomsawin le debemos los documentales Ce silence qui tue (2018), una escalofriante obra sobre mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas, y Me llaman humana (2020), una luminosa película protagonizada por la poeta Joséphine Bacon. En su última obra, la cineasta se centra en los niños de varias comunidades indígenas. Ninan Auassat. We, the Children sigue a tres grupos de jóvenes de las naciones Attikamek, Crie e Innue, llevándonos a varios territorios, desde Manawan hasta Pessamit, pasando por Whapmagoostui.
Rodada durante seis años, la película ganó el premio Magnus-Isacsson en las Rencontres Internationales du Documentaire, un honor que se otorga a una obra que demuestra una conciencia social. Un premio totalmente merecido para la cineasta, que nos regala aquí una crónica profundamente humana.
“Tuve la mejor infancia en Manawan”, dice uno de los jóvenes Attikameks en esta película. Esta frase sintetiza la energía que emerge de Ninan Auassat: alegría, orgullo y reconocimiento. Si “la alegría es una técnica de resistencia”, como escribió el filósofo Paul B. Preciado, esta película resiste de la forma más bella posible. En este documental, los jóvenes están orgullosos de su lengua, de sus costumbres y de su espiritualidad, están enamorados de su territorio, son serios y tienen sueños, respetan a sus mayores. Nunca las comunidades indígenas habían aparecido en una película tan luminosa, que irradiaba tanto orgullo, gratitud y resiliencia.
Kim O’Bomsawin, que también es presidente de Nikan Productions y Nikan Héritage, se ha comprometido desde el principio a poner en primer plano la “soberanía narrativa” de los pueblos indígenas. Quizás sea en la serie documental Let Us Tell (2022) donde este compromiso se manifestó de manera más concreta, ya que brinda a personas de 11 naciones indígenas la oportunidad de llevar ellos mismos sus historias a la pantalla. En Ninan Auassat, esta soberanía pertenece a los jóvenes (niños, adolescentes y jóvenes), que son los únicos que tienen la palabra. Ningún adulto, ningún experto, ningún discurso externo, ninguna voz en off eclipsa su narración de esta juventud, y esto es lo que constituye la fuerza singular de este documental. La última parte de la película presenta una elipse temporal. Encontramos a los jóvenes cuatro años después: algunos se mudaron, tuvieron hijos, enfermaron. A pesar del montaje, a veces enrevesado y complicado, la emoción nos gana al recibir las palabras de estos jóvenes que hacen una mirada retrospectiva, a veces dolorosa, a sus años en la reserva.
La película no sólo recorre los años, sino también el territorio. En particular, descubrimos los deslumbrantes paisajes de la Bahía de Hudson yendo a Whapmagoostui, que alberga la comunidad Crie más al norte. Otras imágenes nos llevan a Mashteuiatsh, a orillas del lago Saint-Jean, o incluso a los bosques, no lejos de Manawan. La dirección de O’Bomsawin es siempre sobria, nunca llamativa y siempre busca mantener un vínculo íntimo con sus protagonistas. Los planos ajustados de los jóvenes, entrevistados en sus actividades cotidianas durante un largo período de tiempo, nos dan acceso a una gran verdad. Los testimonios, que a veces exponen a los sujetos a una gran vulnerabilidad, se entregan con una naturalidad y sinceridad cautivadoras.

Por Sarah-Louise Pelletier-Morin